¿Cómo resignificar el vínculo de niños y adolescentes con los errores y fracasos? BLOG

Aprender del Error y Educacion

¿Cómo resignificar el vínculo de niños y adolescentes con los errores y fracasos?

Alejandra Marcote

Alejandra Marcote
Directora AprenderDelError®| Mg. Coach Organizacional | Agile y Executive Coach | Speaker | Trainer | Liderazgo y Género | Ex. Fuckup Nights BA | (Contadora)

Cada vez que me preguntan ¿Por qué nos cuesta tanto hablar de errores, fallas y fracasos? tengo la hipótesis de que mucho tiene que ver con la forma en la que -desde pequeños- nos relacionamos con el tema, tanto en casa como en las escuelas y universidades.

A muy temprana edad, aprendemos que la palabra error tiene una connotación negativa. Si no tenemos la respuesta correcta podemos ser penalizados de distintas formas (avergonzados delante de nuestros compañeros, tildado de poco inteligentes, separados de ciertos grupos, etc.).

Así que aprendemos que “mejor no equivocarse”, o al menos, si eso sucede, aprendemos a desarrollar estrategias para ocultarlo de alguna forma, en lugar de desarrollar estrategias para aprender de ellos.

Reflexionar sobre la connotación que le damos a este tema cuando conversamos con alumnos y jóvenes integrantes de nuestra familia, es clave para no enterrar la creatividad desde pequeños y sobre todo… para generar un cambio cultural.

A medida que vamos creciendo, nuestro niño-explorador interno va quedando cada vez más guardado por diversos miedos: a no tomar el camino correcto, no tener la respuesta precisa, a no realizar lo que la sociedad espera, al “que dirán”, a dejar de ser querido, a dejar de pertenecer.

¿Qué podemos hacer entonces como padres y educadores de distintos niveles?

Si bien hay diferencias sustanciales en las distintas etapas de la vida y el sistema educativo en cada una de ellas (hay mucho para profundizar!), lejos de dar una receta, este artículo tiene como objetivo compartir algunas ideas, reflexionar juntos y generar nuevas preguntas sobre el tema…

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1) Tomar el error como fuente de aprendizaje y no de vergüenza:

Recuerdo mis clases de matemáticas (¡hace mucho tiempo por cierto!) cuando en el pizarrón se compartían sólo los resultados correctos de la tarea, y por supuesto, las personas que no llegaban a ese número no se animaban a preguntar ni a admitirlo.

Me pregunto qué hubiera sucedido si en lugar de preguntar ¿Quién llegó al resultado correcto?, se hubiera incentivado a que 2 o 3 alumnos que no hubieran arribado a ese resultado lo compartan, y lo analicen juntos para que todos aprendan de eso.

Por otra parte, hablamos de que en un mundo cambiante, necesitamos personas que se arriesguen, que salgan de su zona de confort, pero ¿Qué sucede cuando alguien se atreve a resolver un problema o a arriesgar una respuesta, y no es la adecuada?

Muy frecuentemente, esas personas son puestas en ridículo o avergonzadas, y no es valorado su intento. Esto contribuye a que dejen de intentarlo y prefieran asegurar su imagen. >> Ah! Cualquier similitud con lo que sucede en las organizaciones es pura coincidencia!

A medida que crecemos vamos siendo cada vez más conscientes de nuestra imagen y estamos pendientes del “que dirán”. Vamos perdiendo la espontaneidad de responder porque no estamos absolutamente seguros de que la respuesta es la “correcta”.

  • ¿Cómo podemos incentivar a los alumnos para que se animen a decir sus respuestas e ideas sin miedo a “ exponerse”?
  • ¿Cómo podemos premiar el arriesgarse e intentar?
  • ¿Cómo podemos valorar a quién estudia, práctica y persevera, aún a los resultados esperados?
  • ¿Cómo podemos incentivar a los alumnos a compartir sus errores?
  •  ¿Cómo podemos incorporar a los errores en la conversación como una experiencia más del proceso de aprendizaje?
  • ¿Cómo podemos incentivar a los alumnos para qué revisen su proceso de aprendizaje, analicen qué podrían hacer diferente?

Si bien a los estudiantes, los errores podrían facilitarle conocer más de su propio proceso, los padres y docentes también pueden aprender de lo que ha ocurrido, en otro nivel. Los errores y fallas, -más allá del tema particular del que se trate – los puede incentivar a reflexionar sobre qué estrategias de enseñanza están funcionando y cuáles no, cómo están acompañando el proceso de aprendizaje, etc.

2) Redefinir el criterio de éxito:

¿Qué es lo que los jóvenes entienden cómo éxito escolar?

¿Qué es lo que padres y docentes entienden por tal concepto?

  • ¿Aprobar un sin fin de evaluaciones?
  • ¿Tener notas altas?
  • ¿Desafiarse?
  • ¿Mejorar en su propio proceso de aprendizajes?

En ocasiones, los alumnos no se presentan por no estar seguros de obtener una alta calificación, o prefieren copiarse (de otra persona, tener anotadas cosas, etc.) antes que escribir sus propias respuestas, ya sea por falta de confianza, porque no las saben, o porque dudan.

Una mala nota se convierte para ellos en un fracaso, y no en el hecho de no aprender o no intentarlo.

  • ¿Cómo llega un niño o joven a entender que es preferible hacer trampa para tener una buena nota que responder o resolver a partir de lo que estudió, aun cuando eso le valga un no-aprobado?

El éxito, es decir, las expectativas, no es un concepto objetivo. Es un concepto subjetivo, personal, y también una construcción social. En nuestra cultura, suele relacionarse con aprobar y con no equivocarse.

  • ¿Es ese el criterio que deseamos para los estudiantes?
  • ¿Cuál es el criterio de éxito que desde la familia y el aula estamos incentivando?
  • ¿Qué tan claramente expresado está ese concepto de éxito?
  • ¿Cómo podemos generar un cambio en este sentido, desde nuestro lugar?
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3) Valorar el proceso:

“Mi hijo es inteligente, se saca más de 8 en todas las materias“

“Mi hija no necesita pasar horas estudiando, es una luz”

”Mirá tu hermana como se saca todo 10, en cambio con vos, no hay forma…”

Sí sólo ponemos el foco en los resultados, poco estamos hablando y valorando el proceso, el camino recorrido y la actitud.

Probablemente, al escuchar esos mensajes, ese niño o adolescente persona tendrá miedo de desilusionar a otros si no puede sacarse un 9 o sentirá que ya no es inteligente porque necesita dedicar varias horas al estudio. Su valoración, imagen y estima, pasa a depender -en parte- de un resultado.

  • ¿Dónde está puesto el foco?
  • ¿Cuánto premiamos el esfuerzo y cuánto premiamos el conseguir el resultado (nota)?
  • ¿Cómo valoramos el proceso de aprendizaje que está teniendo?
  • ¿Con que se asocia a la inteligencia? ¿Con no cometer errores y “ser perfecto” o con desafiarse ante nuevas situaciones y realizar múltiples intentos?
  • ¿Cuál es la noción de éxito que estamos incentivando? ¿Conseguir una buena nota en los exámenes, o experimentar, superarse, y mejorar el propio proceso de aprendizaje?

Podés escuchar este capítulos del Podcast #AprenderDelError para profundizar:

https://open.spotify.com/episode/4ogIfWN4QkHxy3vTDxSnRk?si=oI-i2-VIS1ubrl4OJcCyHA

Tantas veces escuchamos una oda a que alguien es inteligente y logra las cosas sin esfuerzo. Y para peor, incluso lo ponemos como punto de comparación para otra persona (tu hermana puede, tu compañero, etc.), lo cual refuerza la necesidad de conseguir resultados a cualquier precio para proteger la propia imagen y seguir siendo aceptado y querido.

Mucho se habla del talento natural de Messi, pero… ¿hubiera llegado a ser uno de los mejores futbolistas del mundo si no entrenara todos los días?

  • ¿Qué mensajes podríamos dar para que más allá del talento natural, se observe el valor de perseverar, esforzarse, practicar, caerse y levantarse?

4) Considerar el contexto emocional:

Poco se habla de cómo la emoción incide en los procesos educativos.

El miedo indica que creemos que podemos perder algo valioso.

La vergüenza, nos habla de que creemos que hay algo mal o insuficiente en nosotros.

Si alguna de estas emociones está presente: ¿Cómo se sentirá? ¿Qué se dirá a sí mismo?

  • ¿Qué espacio tendrá para revisar cuáles fueron las estrategias de aprendizaje que no funcionaron para experimentar nuevas?
  • ¿Cómo se apalancará en sus propias fortalezas?

Si los alumnos tienen miedo de equivocarse, o si cuando reciben una baja calificación en un examen tienen vergüenza, se necesita generar un ámbito emocional diferente que propicie la apertura a aprender de los errores, cómo el marco otorgado por la curiosidad y el entusiasmo.

Será momento de generar un contexto emocional adecuado para favorecer el aceptar y aprender de los errores como un eslabón más del proceso de aprendizaje.

Será momento entonces de revisar los mensajes que se dan, no solo desde el decir, sino fundamentalmente en el hacer.

  • ¿Cómo se interpretan colectivamente las situaciones de error?
  • ¿Qué es lo que temen perder los alumnos si se equivocan?: ¿La pertenencia a su grupo, la valoración de sus padres, o…?

Probablemente, si ese miedo no se encuentra canalizado de una forma positiva (dando lugar a que se exprese la emoción, ayudando a la persona a comprender que teme perder, vislumbrando opciones para disminuir ese riesgo), el alumno difícilmente pueda encontrar bucear en sus errores, analizarlos, encontrar opciones creativas.

  • ¿Cómo podemos transformar el contexto actual (aula presencial o virtual, casa, etc.) en uno en el que los alumnos sientan entusiasmo y curiosidad por aprender, y si se equivocan, aceptarlo y aprender de ello?

5) Comprender los distintos tipos de errores, fallas y fracasos:

¿Es lo mismo recordar mal un dato o un hecho que se memoriza, que realizar un experimento, o resolver un problema de matemática y que el resultado obtenido no sea el esperado?

– Si se preguntó la fecha en la que se firmó la independencia de un país y esta coincide con la que figuraba en el manual escolar y debíamos memorizar, está bien. De lo contrario “error”= “está mal”.

– Si se pidió resolver una ecuación matemática, y se llegó al resultado esperado aplicando las distintas reglas, “está bien”. Si el resultado es distinto “al que debería ser”: “error” = “está mal”.

– Si se propuso hacer un experimento y se llega al resultado que se suponía “se debía llegar”, “está bien”. De lo contrario, “falló”= “está mal”.

¿Cómo es posible que ante desafíos tan diversos, tengamos la misma asociación en nuestra mente y similar tratamiento?

Una de las mayores dificultades que observo es la concepción simplista y binaria de “está bien”-”está mal” que solemos ir generando, mayormente en referencia a un resultado.

Le damos a la palabra error, falla y fracaso una connotación muy negativa. Sin embargo, cuando estamos creando, innovando, encontrándonos ante situaciones no experimentadas anteriormente, ¡Que esto suceda es parte inherente al proceso!

Comprender los distintos tipos de errores y su origen, y poder conversar acerca de esto, permite generar distintas estrategias de aprendizaje. Un error puede brindarnos información valiosa también acerca del proceso:

  • ¿Será que no comprendió lo que se estaba pidiendo?
  • ¿Será que no puede llevar el marco teórico a la práctica?
  • ¿Será que le falta información de base, por lo que no puede construir el nuevo conocimiento que se le está pidiendo?

Catalogar todo como error = falla = fracaso = malo, es un enorme error, ya que no permite a la persona distinguir los distintos escenarios, cómo lidiar con cada uno de ellos, y cómo extraer aprendizajes de cada situación.

>> Ver articulo https://www.linkedin.com/pulse/errar-y-fallar-es-lo-mismo-que-necesitamos-distinguir-marcote/

Entonces…

¿Qué nuevas preguntas te surgen?

¿Qué nuevas propuestas podemos llevar al día a día de nuestro hogar?

El cambio empieza en nuestro propio metro cuadrado!

Ale

Registro gráfico: Aldana Otero (IG: Identykit).