Aunque no es exclusivo del género femenino, el Síndrome del Impostor tiende a ser más común entre las mujeres. Los riesgos a la hora de emprender y comandar una empresa.
Fundó dos pequeñas editoriales. Tradujo más de 30 libros del inglés al español. Publicó ocho volúmenes de poesía y uno de crónicas. Santiago Llach, hijo mayor de Juan José y hermano de Lucas, tuiteó hace unos días: «Cada vez que doy una devolución de un texto en mi taller de escritura, siento que es pobre, insuficiente, una estafa. Debo haber dado más de 50.000 devoluciones y sé a esta altura que lo hago bien, pero la sensación persiste. Se llama Síndrome del Impostor. ¿A alguien más le pasa?».
Así, sin más, abrió la caja de Pandora y trajo a cuento un fenómeno que cerca del 70% de la población experimentó alguna vez. Las respuestas a su tuit no se hicieron esperar. Entre comentarios de apoyo por parte de exalumnos y confesiones empáticas de seguidores, se sumaron anécdotas que dieron cuenta de cómo personalidades de la talla de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares e incluso Martha Argerich vivieron sensaciones de este tipo.
Quienes sufren el Síndrome del Impostor sienten que no merecen los reconocimientos que obtienen
El término fue acuñado en 1978 por las psicólogas estadounidenses Pauline Clance y Suzanne Imes, quienes estudiaron el impacto de este sentir, sobre todo, en mujeres con un destacado recorrido universitario. Clance había iniciado la investigación tras notar que varias de sus mejores alumnas tenían en común un sentimiento de inseguridad -injustificada- sobre su desempeño. Algo que, recordaba, a ella misma le había sucedido durante sus años de formación.
El SI no está necesariamente vinculado a la depresión, ansiedad, escasa autoestima ni falsa modestia. «Primero estamos muy arriba, después bajamos, sentimos que eso está mal, que hubo un error, que no deberíamos estar acá y nos empezamos a preguntar cuánto van a tardar los otros en darse cuenta. En ciertas disciplinas, como el mundo académico, el de la tecnología y el de la programación, donde suele haber una vara muy alta, puede ser peor. Caemos en la Santísima Trinidad de perfeccionismo, procastinación y sobrepreparación, y esto termina en un ciclo de tortura», compartió Valentín Muro, cofundador de Wazzabi, un espacio dedicado a la promoción de los valores de la ética hacker, en una exposición sobre el tema.
A la hora de impulsar el desarrollo de carrera y los emprendimientos femeninos, este fenómeno puede ser un problema. Si bien es cierto que el SI no hace distinción por género, suele darse más frecuentemente en las mujeres. Michelle Obama, la nominada al premio Pulitzer Maya Angelou, la jueza de la Corte Suprema de los Estados Unidos Sonia Sotomayor y la actriz Meryl Streep, entre otras mujeres ilustres, confesaron haber lidiado con estos sentimientos. Sin ir más lejos, de acuerdo a un estudio realizado en Inglaterra, el SI afecta al 66% de las mujeres, mientras que solo a la mitad de los hombres.
Michelle Obama, Sheryl Sandberg, Meryl Streep y Maya Angelou son algunas de las mujeres que lo padecieron
«En general, no nos sentimos merecedoras de las felicitaciones y minimizamos lo que hicimos. Rara vez nos atribuimos el éxito que corresponde. Según Sheryl Sandberg, directora de Operaciones de Facebook, las mujeres juzgamos nuestro rendimiento peor de lo que es, y esto puede ser más pronunciado si estamos en espacios que tienden a ser estereotipados como masculinos, como las áreas de la ciencia y la tecnología», analiza la coach Alejandra Marcote, directora de Aprender del Error.
Cuestionar las habilidades y aptitudes puede jugar en contra en el ecosistema emprendedor, sobre todo si se tiene en cuenta que, en la Argentina, apenas el 7% de los emprendimientos supera el primer año de existencia y que, a nivel global, el 70% no llega a dos. «Las estadísticas dicen que cuando una mujer cierra un negocio, necesita tomarse un tiempo para adquirir nueva información o un nuevo trabajo para obtener más experiencia en pos de retomar ese proyecto, y esto es porque creemos que lo que no funcionó está directamente relacionado con nosotras», agrega Marcote.
Pero dar batalla al SI no es imposible. Para Muro, es vital rodearse de personas admiradas intelectualmente, empezar a pensarse más como mentores y recordar que la forma en la que nos describen los otros no nos define. «Es mejor pensarnos como eternos aprendices. Cuanto más sabemos, más podemos saber de lo que no sabemos», dice. Otras voces sugieren, a la vieja usanza, utilizar un cuaderno en el cual plasmar nuestras virtudes y logros. Pero, y muy especialmente, alzar la voz y reconocernos como los impostores -o impostoras- que, en verdad, no somos.