Síndrome del impostor: la máscara de mujeres talentosas

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Síndrome del impostor: la máscara de mujeres talentosas

¿Qué es el síndrome del impostor? ¿Por qué se desarrolla más en mujeres que en varones?

¿Cómo influye la cultura patriarcal y qué rol juegan los estereotipos de género?

En esta nota, un análisis feminista del surgimiento del fenómeno y los múltiples escenarios donde puede darse.


El “síndrome” del impostor, también llamado fenómeno del impostor, es el nombre técnico para esa voz interior que susurra ante cualquier indicio de éxito: “Vos no deberías estar acá”. “Lo tuyo fue suerte”, insiste al oído cuando estabas por sentirte orgullosa de lo lejos que llegaste. Nos hace sentir extranjeras en la propia piel, en un escenario conquistado y que nos pertenece. Así se manifiesta en 7 de cada 10 personas, según la doctora experta Valerie Young, este “idea” que intenta minar nuestro camino y sabotear nuestra propia satisfacción.

Investigado por primera vez en el año 1978 por las psicólogas clínicas Pauline Clance y Suzanne Imes, este fenómeno psicológico situacional apareció como una cualidad común en mujeres con grandes logros. En un artículo titulado El fenómeno del impostor en las mujeres de alto rendimiento, Clance e Imes le pusieron nombre y expusieron por primera vez los resultados del origen de este “síndrome” en este grupo de mujeres: desconfiaban de sí mismas, incapaces de internalizar su éxito, y sentían un miedo irracional y persistente a ser descubiertas como un fraude.

Ale Marcote, coach y autora del libro Cómo transformar el síndrome del impostor en tu aliado, afirma que al padecer del síndrome se suele identificar el origen de los propios logros en el afuera, y difícilmente se lo atribuye a la capacidad y esfuerzo realizado: “Los otros creen que somos lo suficientemente capaces, pero nosotros no lo creemos, y aparece esta idea de que en algún momento ‘me van a descubrir’”.

Es importante destacar que en varones y mujeres el “síndrome” del impostor no está catalogado como un trastorno de salud mental, por lo que en los últimos años se buscó correr la palabra síndrome y reemplazarla por un término más idóneo como fenómeno o situación. “El síndrome es algo situacional, uno no se siente un fraude todo el tiempo, sino que surge ante determinados hechos”, explica Marcote en diálogo con Feminacida. Un desafío, un cambio de trabajo o el éxito temprano son algunos de los posibles escenarios donde se pueden vislumbrar los síntomas del fenómeno.


No todes tienen las mismas tendencias al fenómeno del impostor. Según la doctora estadounidense Valerie Young, autora del bestseller Los pensamientos secretos de mujeres exitosas, existen cinco tipos de personas propensas: las perfeccionistas, las individualistas, los expertas, las “genias naturales” y las “superhumanas”


Como mujeres, al ser un grupo subrepresentado en la mayoría de los ámbitos, la sola idea de fallar nos haría sentir que no estamos en un trabajo para mujeres”, sostiene Marcote. Aún cuando no es un padecimiento exclusivo de las mujeres, sí representa una limitación mayor. Las expectativas sociales instaladas en las mujeres, como dedicarse a tareas de cuidado desde el dominio privado, influyen al momento de sentirse un fraude cuando se escapa a estos roles que el patriarcado tiene asignados. El entramado patriarcal nos ha hecho creer que “nunca” vamos a estar a la altura de las tareas que se nos ponen en frente, que siempre tenemos que capacitarnos más o ser mejores. En cambio, a los varones les ha dicho que pueden ocupar espacios sin un mínimo cuestionamiento, dado que es su derecho “de nacimiento”.

Como un círculo vicioso, la falta o carencia de modelos de rol en muchos ámbitos desmotiva la participación de las mujeres, ya sea por sentirse fuera de lugar o que no están a la altura, y esto afecta la representatividad. Además, la internalización de la mal llamada “virtud femenina” contribuye a que las mujeres no logren autopercibirse críticas, objetivas y con poder de decisión. Por el contrario, se les atribuye cualidades como la modestia, el orden y la perfección. “En nosotras, el síndrome se convierte en un gran boicoteador. No podemos tomar con orgullo nuestros logros y no conectamos con las cosas valiosas que logramos”, lamenta Marcote y agrega: “Hay un estudio que dice que los hombres se postulan a puestos cuando cuentan con un 60 por ciento de los requisitos y las mujeres únicamente cuando cuentan con el 90 por ciento”. De acuerdo a la investigación llevada adelante por la Fundación BBVA, se buscó probar cómo actúan mujeres y varones frente a una posible oferta de trabajo o promoción.


¿La impostora vive en mí?

Melisa Tassano, redactora free lance y especialista en Marketing Digital, considera que el fenómeno del impostor tiene una fuerte relación con ser autodidacta. “Sentimos que necesitamos la validación de un título gigante que te diga que ‘estás capacitada para esto’, y la vida te demuestra que no es tan así, pero el bichito te sigue picando”, explica.

Por el dinamismo de su trabajo, Melisa suele encontrarse a cada hora trabajando con un rubro distinto: arranca el día con una marca que hace software de RR.HH., a la tarde puede estar escribiendo contenido para un restaurante y después haciendo un dossier de cine o armando un newsletter para una ONG. “En profesiones como el marketing, el aprendizaje constante es necesario y a veces te chocás con que tenés mucho para aprender y no te sentís capacitada para ponerlo en práctica”, afirma. Ante este escenario, ella destaca la importancia de amigarse con el proceso de aprendizaje.

Cómo se educa sobre la relación con los errores en el proceso de aprendizaje es un factor de suma importancia cuando hablamos del “síndrome” del impostor. “Sentimos mucho la presión de lo instantáneo y lo urgente, que nos hace sentir que no sabemos todo lo necesario pero es parte de amigarse con el aprendizaje”, declara Melisa.


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La cultura de la positividad tóxica, que constantemente resalta logros y buenos resultados como si cayeran del cielo, tiende a invisibilizar una de las etapas más importantes del aprendizaje: el fracaso. El tropezón nunca es caída y, por el contrario, debería dar el impulso para levantarse con más fuerza. Permitirse errores es lo que ayuda a avanzar, aunque pocas personas hablen de esa parte del proceso. “El síndrome tiene que ver con nuestra lectura y percepción. Yo me siento una impostora en tanto y en cuanto leo una situación y genero creencias a partir de eso”, aclara Ale Marcote.

“Que las mujeres padecemos más el síndrome del impostor está medio implícito, ya de por sí todo nos cuesta o sentimos que tenemos que dar un escaloncito más”, reflexiona Melisa. Si bien considera que esto es una constante en todos los rubros, dentro del marketing free lance se evidencia claramente en los presupuestos: “He visto presupuestos mucho más altos de colegas hombres, y no es que cobramos menos conscientemente, sino que siempre vamos con miedo de que elijan a otro”. Ahí aparece, nuevamente, ese pensamiento boicoteador. “Cuando nos pasa esto, hay que mirar para dentro, identificar cuáles son nuestras creencias y si en este momento nos están sirviendo o no”, puntualiza Marcote.


Crédito: Doña Batata

Que las máscaras del Síndrome del impostor no inhiban las capacidades de las mujeres

¿Cómo se convive con la paranoia de sentirse un fraude? Para Marcote, el “síndrome” del impostor puede convertirse en nuestro aliado si lo usamos como medio para repensar nuestras creencias y rever los velos con los cuales filtramos la realidad. “Cada uno o cada una puede encontrar su propia caja de herramientas y desafiar sus propias expectativas”, resuelve. Para Melisa, la figura del impostor se unifica con un recurso indispensable en el marketing: las máscaras. “Al ponerse máscaras y jugar con lo actoral del marketing, el impostor está presente en el buen sentido, en tener la capacidad de ponerte en el lugar del otro”, subraya y concluye: “Al final me doy cuenta que ese impostor que yo veía en realidad era el no reconocimiento de una capacidad que estaba adentro mío, esperando”.

 

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