Sí sí, la persona que ves en la foto está escalando ¡a más de 600 metros sin ninguna cuerda!
Este fin de semana vi el documental “Free Solo”, ganador de un premio Oscar y emitido por NatGeo. En él se muestra la gesta hacia una de las hazañas deportiva tal vez más colosales que se hayan alcanzado: el ascenso a “El Capitán”, una pared de 914 metros de alto de puro granito que emerge imponente en el Parque Nacional Yosemite (EEUU).
Lo conmovedor y casi humanamente imposible es que esta pared fue escalada por Alex Honnold sin ningún tipo de cuerda o protección, sino tan solo apoyándose en sus pies y manos, o mejor dicho -por momentos- tan sólo en la punta de ellos. «Free solo» o «Solo integral» es el nombre que recibe esta particular forma de escalar.
Desde el primer momento me atrapó la curiosidad por intentar entender cuál es la mentalidad de una persona que se propone subir por sus propios medios una pared rocosa en menos de 4 horas, y como logró a estar vivo para contarlo.
¿Cómo llega una persona a correr los límites de lo imposible?
¿Cómo puede alguien llevar a cabo un proyecto en donde un mínimo error le puede costar la vida?
Reflexionando sobre errores, fracasos y aprendizajes -tema que trabajo hace años- quiero compartir con ustedes algunos conceptos que aparecen en el documental, pero que también forman parte de los proyectos que encaramos día a día (¡aunque no estemos a 914 metros de altura!) 🙂
Free Solo (Trailer) National Geographic
“Prueba y Error” o un ensayo constante para lograr un objetivo “imposible”
Tremenda hazaña es obra de una cuidadosa planificación y meses de preparación física y mental que incluían ir a la montaña con sogas y explorar distintas posibilidades, caer una y otra vez -estando sujeto a las cuerdas- para probar las distintas posturas y como su cuerpo podía o no acomodarse en cada situación, volver y anotar en un cuaderno el detalle de donde se podrían apoyar los pies y las manos en cada tramo y visualizar la escalada cada noche sintiendo la rugosidad del granito al tacto en cada uno de esos contactos con la roca.
El espacio de experimentación que tantas veces no se permite en las empresas y la prueba y error que no nos permitimos a nosotros mismos, aparece en cada minuto de este desafío cómo un continuo espacio de aprendizaje.
“Necesito un buen mapa, una imagen mental de los caminos a tomar” dice apenas empieza a consolidarse en su cabeza la idea de este desafío. Algo que a priori podría parecer una inconsciencia a la vista de millones de espectadores -que sufrimos de vértigo al asomarnos por un balcón de un edificio alto- es en realidad un proyecto llevado a cabo minuciosamente.
¿Hubiera sido posible esta hazaña de no haber explorado esta montaña más de 50 veces, conociendo cada hueco en donde apoyarse, y cayéndose más de una vez?
“Hay avances progresivos que pasan en todo tipo de cosas, pero muy de vez en cuando aparece un salto icónico. Si consigue escalar en solo integral (disciplina) en “El Capitán” es un salto cuántico” dice otro escalador.
“Hoy estoy jugando con muchos escenarios diferentes, pensando en los movimientos, pensando en las posiciones del cuerpo, y más que nada, pensando en que se sentiría estar en esa posición sin una cuerda” comenta Alex al explorar la pared de granito, de la cual previamente se cayó 2 veces lo cual produjo lesiones menores al estar sujeto por una soga. Aquellos lugares de los cuales cayó fueron -hasta el día de la escalada final- los espacios más desafiantes y donde en cada ascenso ponía mayor atención. ¡Que distinto de lo que sucede a veces en nuestra vida, que no queremos ni mirar ni hablar de aquellas situaciones en donde dimos un paso en falso o el resultado no es el que esperábamos!
A lo largo de estos años he trabajado con personas y organizaciones que quieren innovar pero no están dispuestos a que el resultado no sea el esperado. La historia de esta hazaña es sin duda un caso extremo: “Un pequeño error, un pequeño desliz, caes y mueres” le dicen una entrevista, Y él asiente, consciente de que el riesgo existe: “me gusta pensar que el riesgo es bajo aunque la consecuencia es tremendamente alta”. La consecuencia de un error en este caso, es casi sin dudarlo la muerte: «es como ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos, sólo que si no la ganás, te morís».
Aún con la mayor preparación, lograr algo casi imposible hasta el momento requiere contemplar los errores -y su aprendizaje- como parte del proceso y la posibilidad de que algo salga mal en la consecución del objetivo. Estamos acostumbrados -tanto en lo personal como en lo organizacional- al doble mensaje “hace algo nuevo pero no te equivoques”.
Sin embargo, nada nuevo sucede fuera de la zona de confort, y dado que ese es un terreno por explorar, necesitamos aceptar que errores y fallas están ahí, a la vuelta de la esquina -o de la montaña, en este caso-. La única receta para evitarlos es hacer siempre lo mismo. De innovar ni hablar!
El riesgo, ese aliado inseparable de la innovación
Durante el documental, queda claro que todos saben que es una apuesta más que arriesgada, y que morir a los ojos de la cámara es altamente probable: “No quiero caer enfrente de mis amigos, sería muy tétrico” repite una y otra vez. Por ese motivo, en los lugares más complicados de la montaña, no había nadie filmando (solo drones o cámaras instaladas) para evitar un mal trago a quien presenciara la posible caída.
Su novia, casi resignada, confiesa: “si tuviéramos hijos, me sentiría más libre de decirle que es un riesgo aceptable y que no”. Un riesgo aceptable para ella, no para él, claro está.
Cada uno de nosotros, cada equipo de trabajo, cada organización, tiene -o debería definir- su propia medida de riesgo aceptable en función de lo que desea obtener de lo que está dispuesto a poner en juego. Sin embargo que suelo observar es que esto no suele estar tan claro, o al menos, no está comunicado.
Lo que es indudable es que para generar algo nuevo necesitamos arriesgarnos en cierta medida, de lo contrario es casi imposible que se pueda dar ese paso. Curiosamente tanto a nivel personal como organizacional creemos que surgirán nuevas ideas y de que podrán ser llevadas a la práctica sin correr riesgos, y lo que es más paradójico aún, sin contemplar la posibilidad de que no todo puede salir como esperamos.
El miedo
A medida que avanza la historia, es casi obvio preguntarse si Alex siente miedo ante tamaño desafío, y él no esquiva la cuestión: “Siempre he querido escalar el Capitán pero me ha asustado”, por eso recién luego de casi 20 años de escalar se ha animado. Distinto de lo que solemos hacer muchos de nosotros, que preferimos ocultar el miedo que sentimos, o no hablar del tema, Alex tiene una visión del tema a la que adhiero: “cuando la gente habla de intentar reprimir su miedo, yo lo veo de una forma diferente. Intento expandir mi zona de confort practicando los movimientos una y otra vez. Trabajo con el miedo hasta que ya no me asusta más.”
El miedo es una emoción que nos dice que percibimos que no tenemos los recursos necesarios para atravesar una determinada situación, y es muy probable que aparezca cuando nos encontramos ante un nuevo desafío. Identificarlo y desarrollar las habilidades necesarias para disminuir esa brecha es quizás la forma más inteligente de capitalizar una emoción que muchos tildan de negativa, pero que al fin y al cabo solo viene a decirnos que debemos prepararnos para ir en búsqueda de lo que queremos.
Todos en nuestra vida nos encontramos con nuestro “Capitán”, esa montaña cuya cima nos mira desafiante, y nos invita a ir por ella sabiendo que para eso necesitamos trabajar nuestros miedos, aprender de nuestros pasos en falso y explorar el mejor camino -aunque no siempre sea el más rápido-. Y vos, te animás?
Ale Marcote