
Aunque no es exclusivo de las mujeres, sí se presenta con mayor intensidad en nosotras, y, cuando no lo trabajamos, puede volverse especialmente limitante para nuestro desarrollo profesional. Esto no es casualidad: las mujeres cargamos con mandatos culturales profundamente arraigados, que nos exigen ser perfectas, modestas, agradables… y, en muchos casos, seguir sosteniendo el trabajo doméstico y de cuidados, incluso cuando tenemos un empleo fuera del hogar.
Su libro propone prácticas concretas para reconocer, desarmar y resignificar ese diálogo interno que tantas veces nos limita. Alejandra lo explica con claridad: “Cuando lo compartimos, algo se afloja. Muchas veces creemos que somos las únicas sintiéndonos así, pero al hablarlo con alguien que nos escucha sin juzgar, descubrimos que no estamos solas. Y que quizás esa voz que hoy nos limita… no tiene tanto fundamento como pensábamos.”
Sobre las exigencias que nos autoimponemos, propone una mirada amorosa y consciente:
“¿De dónde vienen esas expectativas que te exigen ser ‘más’? ¿Estás intentando alcanzar una perfección imposible o respondiendo a mandatos que ni siquiera elegiste? Preguntarte eso puede ayudarte a soltar la exigencia y a mirarte con más humanidad.”
También invita a escribir para reconectar con lo que sí está: “Hacé una lista de tus fortalezas y logros. Escribila, tenela a mano. Y sumale lo que otras personas ven en vos. Muchas veces, necesitamos ese ‘espejo externo’ que nos recuerde todo lo que hemos construido (y que merecemos valorar).”
Otra clave: dejar de restar valor a lo conseguido. Así lo señala: “Si alguien te felicita, no los tapes con un ‘no fue nada’. Practicá decir simplemente: ‘gracias’. Porque sí fue algo. Y seguramente tuvo mucho de tu mérito, de tu esfuerzo, de tu saber.”
Y cuando se trata de errores o fracasos, Alejandra ofrece una perspectiva transformadora:
“Un proyecto que no salió como esperabas, no te convierte en un fracaso. Podés mirar esa experiencia con ojos de aprendiz, preguntarte qué podés mejorar… y seguir. El error no es el final: muchas veces, es el verdadero inicio.”
También alienta a actuar sin esperar el momento perfecto: “Ponete una fecha, lanzalo, compartilo. Porque si esperás a que esté ‘perfecto’, quizás nunca lo muestres. Permitite aprender en el camino. Mejor hecho que perfecto.”
Finalmente, propone una práctica poderosa: “Acompañar a alguien que está empezando te permite dimensionar todo lo que sabés y lo lejos que llegaste. A veces, vernos a través de los ojos de otra persona es el mejor antídoto contra la duda.”
En un mundo que constantemente nos exige más, aprender a frenar, observar y validar nuestro camino es un acto profundamente transformador. Como concluye Marcote: “No se trata de eliminar el Síndrome del Impostor, sino de aprender a conversar con él y ponerlo a nuestro servicio para que nos ayude a conocernos mejor.”
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Link original: https://www.parati.com.ar/lifestyle/fracasar-sin-culpa-como-podemos-transformar-el-sindrome-del-impostor/