De Michelle Obama a Sheryl Sandberg, qué fenómeno debieron superar las mujeres exitosas para romper el techo de cristal
Se llama Síndrome del Impostor y también lo padeció Einstein. Son personas, en general, sobreexigentes que sienten no ser merecedoras de los reconocimientos que tienen. Cómo reconocerlo
Fue nombrada una de las 25 personas más influyentes en la web por Bloomberg Businessweek; una de las 50 mujeres más poderosas en negocios por Fortune; una de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista Time. Pero Sheryl Sandberg, cada tanto, se sentía un fraude. Esta economista estadounidense de 51 años, directora de Operaciones de Facebook y fundadora de la red Lean In, es una de las tantas personas que reconocen haber padecido el Síndrome del Impostor (SI), esa impresión de no ser capaz de internalizar los logros, de sentir que los reconocimientos son inmerecidos y de temer ser descubierto de un momento a otro. Sentirse, en otras palabras, un impostor. Como le pasaba a Albert Einstein, autodenominado “estafador involuntario”, por no creerse digno de los lauros recibidos. Y a la ex primera dama de los Estados Unidos, Michelle Obama; a la jueza de la Corte Suprema de ese país, Sonia Sotomayor; a la escritora nominada al premio Pulitzer Maya Angelou, y a la actriz Meryl Streep, entre tantas otras personas exitosas.
Reconocer de qué se trata es el primer paso para superarlo y, así, trazar sin culpa y sin miedos un recorrido profesional pleno. “Es un conjunto de creencias que nos hace sentir que somos un fraude, que el éxito y lo que hemos logrado, en realidad, no lo merecemos, y que es solo cuestión de tiempo para que nos descubran. Diversos estudios dicen que aproximadamente el 70% de las personas experimentan este fenómeno al menos en algún momento de su vida, e impacta mayormente en mujeres y grupos minoritarios”, explica la coach ejecutiva y organizacional Alejandra Marcote, quien acompaña a hombres y mujeres de negocios a profundizar en el conocimiento sobre este fenómeno para identificar cómo se manifiestan los patrones de pensamiento y comprender, así, cómo resignificar el vínculo entre el éxito y el fracaso.
De qué se trata
El término fue acuñado en 1978 por las psicólogas estadounidenses Pauline Clance y Suzanne Imes, quienes estudiaron el impacto de este sentir, sobre todo, en mujeres con un destacado recorrido universitario. Clance había iniciado la investigación luego de notar en varias de sus mejores alumnas un sentimiento de inseguridad -injustificado- sobre su desempeño. Algo que, recordaba, a ella misma le había sucedido durante sus años de formación.
“Llamarlo síndrome es minimizar lo universal que es. No es una enfermedad o una anormalidad, y no está necesariamente ligado a la depresión, la ansiedad o la autoestima”, sostiene la educadora Elizabeth Cox a través de un video TEDx que se hizo viral.
De acuerdo a un estudio realizado por la firma británica de investigación de mercado OnePoll, el SI afecta al 66% de las mujeres, mientras que solo a la mitad de los hombres. Alrededor de una cuarta parte de las mujeres (26%) dijo que recibir críticas era la principal causa de su SI, así como el hecho de tener que pedir ayuda (22%).
El impostor laboral suele ser una persona perfeccionista, con alto rendimiento y que se exige mucho. Sin embargo, este exceso de autoexigencia hace que no pueda evitar la sensación de inseguridad y un sentimiento (muy subjetivo) de que no lo hace bien. Para el impostor, los buenos resultados tienen que ver más con “la suerte”, y no tanto con sus propias habilidades y conocimientos.
En su libro Lean In, Sandberg cita estudios que demuestran que la prevalencia del SI entre las mujeres se debe, en gran parte, a su menor confianza en sí mismas en general. De acuerdo a la ejecutiva, las mujeres juzgamos nuestro rendimiento peor de lo que es, y esto puede ser más pronunciado si estamos en espacios que tienden a ser estereotipados como masculinos. “Si le pide a un hombre que explique su éxito, por lo general, lo atribuirá sus propias cualidades y habilidades innatas. Pregúntele lo mismo a una mujer y ella atribuirá su éxito a factores externos, insistiendo en que lo hizo bien porque ‘trabajó muy duro’, o ‘tuvo suerte’, o ‘tuvo ayuda de otros’”.
En esta línea van las escritoras francesas Élisabeth Cadoche y Anne de Montarlot, autoras del libro El síndrome de la impostora: ¿Por qué las mujeres siguen sin creer en ellas mismas? (Planeta), presentado a fin de 2020 en el mercado europeo. “Para obtener un puesto de responsabilidad, en general, un hombre se posiciona como experto y aprende después. No hay escrúpulos; más bien, tiende incluso a sobreestimar sus capacidades y su rendimiento. Por el contrario, la mayoría de las veces, una mujer habrá reflexionado mucho antes de lanzarse, de enviar su currículum o de manifestar su interés por el puesto. Luego deberá sentirse sumamente ‘preparada’ para atribuirse a sí misma tan solo el derecho de atreverse a solicitarlo”, sostienen.
Cadoche, que es periodista, Montarlot, psicoterapeuta, se basan en datos aportados por un estudio publicado por la Universidad de Cornell en 2018, que detalla que los hombres sobreestiman sus capacidades y su rendimiento, mientras que las mujeres tienden a subestimarlos. Asimismo, citan otra investigación, realizada en 2013 por el Chartererd Management Institute, que estableció una relación entre la falta de confianza de las mujeres y su escaso acceso a puestos de responsabilidad.
“Tres razones principales que se derivan de este contexto sociocultural explican por qué tantas mujeres experimentan el sentimiento de la impostura: la presión constante en un entorno de falta de confianza en uno mismo solo puede alimentar la fábrica de las incertidumbres en lo que se refiere a sus capacidades; la ausencia de representación de las mujeres en los puestos dirigentes, en algunos sectores de la industria, hace que estén más expuestas y solas; los estereotipos que, a pesar de los avances sociales, son difíciles de romper”, enumeran las autoras.
Si se mira a la jerarquía profesional, el riesgo de creerse un impostor es más alto cuanto más se asciende en esta escala, sostienen. Por eso, no es de extrañar que incluso mujeres exitosas, emprendedoras y talentosas, que hoy puedan estar en lo alto de la pirámide, hayan experimentado alguna vez este sentir.
“Otro aspecto es cuando uno empieza a ver los distintos tipos de ‘impostores’ y cómo influye en la forma de liderar un equipo y de relacionarse con este; por caso, el más perfeccionista quizá no termina de delegar o le cuesta tomar más desafíos; el que considera que tiene que hacer todo solo no puede pedir ayuda o no pone límites. Es interesante lo que genera el conocerse y trabajar eso en cada persona”, analiza Marcote, fundadora de Aprender del Error y a cargo del workshop “Cómo transformar el síndrome del impostor en tu aliado”.
Los consejos de Michelle Obama
Michelle Obama tiene un extenso currículum: graduada en las universidades de Princeton y en Harvard, trabajó en la firma de abogados Sidley Austin, donde se especializó en derecho de propiedad intelectual; se desempeñó como comisionada asistente de planificación y desarrollo en la alcaldía de Chicago; fundó el capítulo de Chicago de Aliados Públicos, un programa que prepara a los jóvenes para el servicio público; e impulsó diversas iniciativas que buscan promover la igualdad de género y empoderar a jóvenes.
En 2018, durante una presentación ante un grupo de estudiantes en Londres, Inglaterra, reconoció haber padecido SI. A partir de ahí, el tema cobró impulso y la ex primera dama estadounidense se refirió en varias oportunidades a cómo enfrentaba este fenómeno.
“¿Soy lo suficientemente buena para tener todo esto? ¿Soy lo suficientemente buena para ser la primera dama de los Estados Unidos? Y creo que muchas mujeres, y sobre todo jóvenes, se hacen la misma pregunta. Pero, ¿cómo lo superé? Como supero todo: trabajo duro. Cada vez que dudé de mí, me dije a mí misma que me dejara agachar la cabeza y hacer el trabajo, y que permitiera que mi trabajo hablara por sí mismo”, dijo Obama.
Porque dar batalla al SI no es imposible: resulta vital rodearse de personas admiradas intelectualmente, empezar a pensarse más como mentores y recordar que la forma en la que nos describen los otros no nos define. Hay quienes recomiendan pensarse como eternos aprendices. Otras voces sugieren, a la vieja usanza, utilizar un cuaderno en el cual plasmar nuestras virtudes y logros.
Para Cox, el darse cuenta de la existencia de este fenómeno ya es un paso adelante para combatirlo. “Una científica que se culpaba por los problemas en su laboratorio comenzó a documentar las causas cada vez que algo salía mal. Finalmente, se dio cuenta de que la mayoría de los problemas vinieron por error del equipo, y llegó a reconocer su propia competencia. Es posible que nunca podamos desterrar estos sentimientos por completo, pero podemos tener conversaciones abiertas sobre desafíos académicos o profesionales. Con una mayor conciencia de cuán comunes son estas experiencias, tal vez podamos sentirnos más libres de ser francos sobre nuestros sentimientos y construir confianza”.
Ls autoras francesas alientan a las mujeres a inspirarse en role models. “Las revistas femeninas y las redes sociales están llenas de mujeres inspiradoras. La idea no es contemplarlas con envidia, sino imitarlas. Gracias a un efecto espejo, su energía nos dará fuerza, sus palabras animarán nuestras frases, su coraje influirá en nuestros actos y celebraremos sus triunfos como esbozos de los que nos esperan”.
Marcote recomienda, como estrategia de superación, compartir lo que genera el SI con otras personas: “Esto nos permite recordar que no estamos solos y que a muchos nos ha sucedido en momentos de nuestra vida y nos permite tener un espejo”.